Fernando Cárdenas le abrió las puertas de su garaje a RTN, en el mismo lugar donde terminó de construir su Biscayne Roadster o Ford Cobra Argentino. Él logró que su sueño de niño se mantuviera vivo y que se cumpla tras un arduo trabajo. En su garaje nos recibe tomando mate y de fondo, resalta una bandera confederada. Símbolo en la historia de Estados Unidos, que representaba a los estados sureños y recuerda la guerra civil de Estados Unidos. Pero para quienes crecieron en los años 80, esa bandera es un inequívoco llamado al recuerdo del “General Lee”, el Dodge Charger naranja que cada semana tenía una aventura en la serie Dukes de Hazzard. De alguna manera, cuando entrás a ese garaje, entendes que todo está conectado.
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El Cobra es un auto emblemático, sus líneas son únicas y reúne fanáticos alrededor del mundo. Fue fabricado en los años 60 y era producto de la ingeniería norteamericana y británica. El famoso Carroll Shelby le adoptó un motor Ford y lo denominó Cobra, tal cual lo había soñado la noche anterior a montar el motor en la carrocería.
Fernando creció viendo imágenes de ese vehículo, el cual lo flechó para toda la vida. “Tenía 10 años, lo vi en una revista y me voló la cabeza” relata Fernando.
Tras su paso por el colegio Dean Funes y unos años de cursado de la carrera de Ingeniera, sus conocimientos sobre mecánica aumentaron, aunque los motores nunca fueron algo ajeno para él.
“La primera moto la armamos con mis hermanos, tenía 11 años”
Así rememora los primeros pasos en la mecánica “Primero porque uno no tenía el medio económico para comprar una moto nueva y a medida que íbamos consiguiendo motos, las íbamos arreglando para usarlas, ahí vas aprendiendo, conociendo gente, aprendes a fabricar repuestos que no se consiguen” recuerda Fernando.
“Hoy nos damos cuenta que lo que llaman la vieja escuela, es la escuela que nosotros tuvimos. Es lo que sabemos hacer”
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No hay dudas de su pasión “Lo mío es el carburador y los 8 cilindros. No tengo ningún auto que no sea 8 cilindros” recalca. Además, reconoce que “Hay mucha gente que le gusta lo mismo, gente que por ahí tienen los conocimientos, pero no tiene tiempo”.
El anhelo del Cobra, aunque sea en auto en escala, a veces también era difícil alcanzarlo “Tenía 25 años y económicamente no estaba bien y un hermano de la vida, Beto, que me dice que habían llegado las maquetas de los Cobras, pero no tenía un mango para comprarlo. Así que un día cayó y me lo regaló y me dijo – Toma, yo sé que el próximo va a ser el de verdad y me vas a llevar a dar una vuelta – y fue así”. Hoy ese auto a escala del Cobra se encuentra en el living de la casa de Fernando, como un recuerdo grato del camino recorrido.
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“El Cobra no es un auto difícil de conseguir, si uno tiene la plata lo compra” claro está que esa plata son muchos billetes, pero si se lo arma uno mismo, los costos se reducen considerablemente. “Comencé a comprar piezas en Estados Unidos, accesorios, tomas de aire, no tenía ni la carrocería ni el chasis, ni el motor”.
“La primera carrocería se la compré a Paul Canteli y cuando la vi, me temblaban las piernas porque para mí eso ya era un Cobra”
Una vez así, se dedicó de lleno al taller, a ver cómo se ensamblan las piezas “empecé a leer mucho” afirma. “Vi que era un laburo grande y yo estaba con mucho trabajo y no tenía tiempo.”
“El tema del Cobra salía siempre con mis amigos y una vez estaba con unos amigos en Capital y salió el tema y fuimos a Don Torcuato, a buscar un taller que fabricaban Cobras en los años 90.” La primera expedición no fue exitosa, pero Fernando no claudicó en sus expectativas de encontrarlo y volvió. Sin suerte y ya por regresar a la Patagonia, encontró un taller de helicópteros, a quienes conocía del taller homónimo en Puerto Madero. Pasó a saludar y cuando se retiraba les consultó si sabían del taller que buscaba y esta vez el destino, le guiñó un ojo cómplice. El afamado taller estaba al lado, cerrado, pero había gente trabajando.
El taller en cuestión era el de Bessia, que comenzó con la producción del Cobra en 1992. Fernando explica que Bessia “hizo una interpretación del Cobra, no es una imitación.” Según explican los entendidos en la materia, es difícil diferenciar el diseño de Bessia, del diseño de Carroll Shelby. Aunque si bien los lineamientos generales y los rasgos exteriores son los mismos, algunas medidas del modelo argentino no se corresponden exactamente con el Cobra.
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El taller de Bessia construyó 174 ejemplares del Cobra, uno de ellos es el de Fernando, quien encontró muchas respuestas y creo un lazo fraterno con los miembros del taller.
Entre lo acotado de los tiempos de Fernando, para construir el auto en Comodoro y “maquinaria aceitada” que ya tenía el taller de Bessia, se decidió por construir el auto en el emblemático taller y viajar de manera periódica para sumarse a la labor del armado.
“Una vez por mes viajaba y me iba al taller. Estuvimos casi dos años, armamos el 75% del auto en Buenos Aires y en mi garaje lo terminamos de armar.”
El reconocido constructor de Bessa, “Richard” terminó la obra mecánica para el sureño y al poco tiempo murió, siendo la última pieza que construyó “Terminamos de armar mi auto y falleció, tengo un recuerdo imborrable” señala Fernando Cárdenas.
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En otro sentido, indica “Me gusta lo que rodea a los autos, las experiencias que podés compartir con la gente. Una vez una persona que conocí en un asado en el taller, me dijo “Yo tengo dos Cobras” y pregunta ¿Cómo pensas hacer tal detalle? Me contó cómo arregló esos problemas y me dijo – me voy a jugar a Uruguay un Torneo de Golf, mientras me preparan el avión – privado- vemos el Cobra -.Me mostró los detalles del auto, y me tiró la posta en muchos detalles que si no me hubiera equivocado. Después se tomó su avión y no lo vi nunca más”.
El Cobra de Fernando es un naranja muy llamativo, aunque no fue su primera elección. La pintura que tiene el rodado es pintura aeronáutica, un saldo que quedó de unos de los helicópteros que reparaban en ese taller, donde comenzó a concretarse el sueño en Don Torcuato. “Yo quería un color azul clásico, pero el pintor me preguntó ¿Queres un Cobra igual a todo? Así entre bromas y la amistad cosechada, el Cobra fue naranja, potenciando la personalidad del rodado y evocando el color del General Lee. Todo está conectado.
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El auto está concebido para ser disfrutado “Si te metes en un autódromo lo disfrutas” afirma “Los probamos para ver cómo se comportaba hasta los 200 km/h, hasta ahí, vemos que le quedaba resto, pero levanté la pata. Mi intención no es usarlo así, me gusta viajar” agrega.
El auto es totalmente descapotable y atentos a un detalle. No tiene estéreo. En la ruta, cuando viaja, es una armonía sonora entre el motor y el viento. No hace falta nada más.
“El primer viaje lo hice a Camarones, y luego a Lago Puelo. En Camarones la gente salía de las casas, a la hora todo el pueblo sabía que había un auto raro” sonríe.
Eso le hace mirar hacia atrás los pasos que dio “Yo deseé tanto al auto, miraba revistas, – antes de internet – . Por ahí lo veía en la televisión y siempre deseé verlo. Entonces tengo eso en mente, cuando alguien se acerca o lo quiere ver, porque yo deseé mucho verlo”. Un crack.
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“Donde voy, sé que tengo que salir con tiempo, porque a la gente le gusta verlo y preguntar. Te llena de experiencias la gente”.
“A partir de los autos he conocido muchos amigos. El auto es como una excusa, hablas del motor, pero conoces la historia de la persona, de donde viene. He conocido gente que de otra manera no la habría conocido nunca.” Recalca.
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