«Crisis Global Calamidad Local» Por Jorge Sánchez
Los efectos de la crisis sanitaria son globales y en tal caso algunos de sus ribetes compartidos por todos en el mundo. Pero connotan en cada lugar de manera particular resultando en impactos que son propios en cada uno. Comprender como aquellos decodifican en estos es vital para entender qué ocurre y en todo caso cómo problematizar lo que reputemos como nocivo o inconveniente. Se trata de procesos que están lejos de ser lineales o determinísticos. Desafían la acción humana.
Ciertamente la contracción económica y la desmovilización que resultaron de las medidas de aislamiento son un denominador común. Pero en cada lugar, el modo de enfrentarlos y sus efectos varían. Entre tantas otras conclusiones siempre preliminares, es acuerdo más o menos generalizado que la significación económica y política de América Latina en general se verá afectada. En la medida que el deterioro de sus capacidades productivas y sobre todo de su capital social dificulte su integración a los flujos de comercio global que han entrado en un proceso de cambio acelerado, enfrentará enormes desafíos. Algunos auspiciosos, otros peligrosos.
Consideraciones que le caben a la volátil economía argentina y particularmente a la regional desde luego, que seguirá siendo proveedora de recursos naturales, experiencias y energía. Presenciaremos el ocaso de algunas actividades y el florecimiento de otras, en procesos de cambio que no serán inmediatos ni exentos de fricción, pero cuya magnitud sugiere la conveniencia de problematizar sobre sus alternativas y consecuencias. La transición inexorable hacia esas nuevas dinámicas ha comenzado signada por la desmovilización, la improvisación y el surgimiento de una pauperización alarmante. Este es el peligroso modo en que connota en el medio local y regional la crisis sanitaria global.
El aislamiento como medida sanitaria de corte preventivo termina con el tiempo en la desmovilización misma de nuestras capacidades individuales y colectivas. Inhibe la problematización común, la cooperación social, la generación de alternativas y por último la formación de visiones e incluso identidades comunes. Precisamente contrario a lo que necesitamos para anticipar lo que viene. Todo esto además, sin considerar sus efectos sobre la salud que en principio se pretendía resguardar.
La improvisación ha sido la nota distintiva y en todo caso justificable al inicio de la crisis, pero convertida en criterio de decisión permanente trasmuta en daño. Es altamente probable que el virus haya llegado a la región tal como llegó la peste negra a Europa en el Siglo XIV. Por el puerto. Y el modo de remediarlo, el aislamiento a falta de otras capacidades. Peor aún, no hicimos del evento una lección ni ejemplo a seguir en el futuro. Así las cosas, reforzamos la improvisación como el modo de hacerlas. No hay incentivos para hacerlo mejor. De ahí a la descalificación del mérito no hay distancia. Con estos incentivos, en siete siglos nada cambian algunas cosas importantes.
A la pauperización que enfrentaremos contribuyen la contracción económica que va impactando sectores en la medida de su exposición al paro continuado de actividades, el propio de la volatilidad económica sobre las actividades de la región, tanto como el hecho de que la educación no se imparta con normalidad por varios períodos lectivos. En poco tiempo uno de los tantos problemas que enfrentaremos no tratará sobre el fracaso universitario de nuestros jóvenes, sino de sus capacidades para comprender y resolver problemas al emplearse en posiciones precarias.
Estamos en presencia de una nociva combinación de factores que podría resultar en un fenómeno de deterioro tan grave como intenso. Podríamos estar concibiendo uno de nueva naturaleza. Tal vez irremediable.