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Opiñion: «El Origen de nuestra pobreza» por Jorge Sánchez

Opiñion: «El Origen de nuestra pobreza» por Jorge Sánchez

Las preocupaciones sobre la pobreza y las desigualdades ganaron espacio en la medida que las consecuencias de la crisis sanitaria se rebelaron con crudeza a lo largo del año. Tres millones de empleos destruidos, el cierre del cinco por ciento de las empresas registradas a comienzos de año, el colapso de los mercados informales y el agotamiento de los recursos para la asistencia son motivo de una gran consternación. Pero un gran acicate para tomar conciencia de una trayectoria de pauperización que es anterior a todo lo que ha pasado en estos meses.

Habitualmente se entiende a la pobreza como una posición desfavorable en relación a la distribución de riqueza en términos individuales o colectivos, que dificulta el acceso de las personas a bienes sociales como la educación, la salud, el empleo formal, una vivienda y en general a los beneficios del crecimiento. En la medida que se expande, el fenómeno convierte en ilegítimas las diferencias entre las personas, pues las desigualdades son más propias del estado cosas que de las actitudes y recursos individuales.

Las explicaciones más difundidas sobre el asunto en nuestros círculos endilgaron tradicionalmente el fenómeno de la pobreza y las desigualdades a la organización capitalista de la sociedad y la condición dependiente de las economías latinoamericanas. Más recientemente se la ha imputado a los efectos nocivos de la globalización como la financiarización de la economía. En tal caso, siguiendo los trabajos de reconocidos investigadores, la fuente de la pobreza y las desigualdades sería la concentración desproporcionada de riqueza.

Entretanto, sobre este asunto hay que subrayar que nuestra historia de la segunda mitad del siglo XX está signada por al menos tres circunstancias definitorias de nuestra realidad en las primeras décadas del XXI. La primera es el retroceso en la integración de nuestra economía a los flujos de comercio internacional en el período histórico de mayor crecimiento del planeta. Siguiendo consignas que sugerían durante la posguerra centrarse en el mercado interno y sustituir importaciones, o como producto del recelo internacional a nuestro alineamiento durante la contienda, la posibilidad por expandir nuestras actividades y empleo por la vía del comercio quedó limitada.

La segunda es la institucionalización de un régimen de empleo de corte corporativista que logró sobrevivir en el tiempo. En extremo rígido e inflexible a la baja, determinó remuneraciones ajenas a la productividad de las actividades. Junto con otras prácticas en materia de política fiscal, monetaria y cambiaria daría lugar al fenómeno que nuestros economistas más lúcidos consignaron como inflación estructural. Un modelo que otorga a la devaluación contractiva la instrumentalización recurrente de ajustes que impactan invariablemente sobre la demanda agregada y los niveles asociados de actividad, empleo y salarios reales.

La tercera es la inestabilidad propia de un sistema político excluyente, independientemente del origen y orientación de cada gobierno hasta 1983. El nivel de los conflictos necesariamente trastoca el umbral de tiempo razonable para esperar resultados concretos de cualquier iniciativa. La contraposición de políticas públicas y la precariedad institucional resultantes, no solamente implican ineficacia o desperdicio de recursos, también enrarece el clima de negocios y los planes de eventuales inversiones.

Así las cosas, la pauperización argentina no se relaciona con alguna orientación de políticas públicas en particular. Parece tratarse de la insuficiencia histórica en la creación de nuevas actividades y empleo que resulta de la inestabilidad hasta 1983 manifestada como volatilidad de las actividades económicas aun no resuelta. Tal insuficiencia se expresa entre otras muchas cosas como la cristalización de enormes mercados informales de bienes, servicios y empleo. En ellos han transcurrido durante mucho tiempo las estrategias de sobrevivencia propias de la pobreza creciente y la manipulación de la participación social de vastos sectores bajo estas condiciones. El confinamiento de 2020 solo hizo ostensible tanto el cuadro como el desafío a resolver.

Como gusta decir a Enrique Dussel filósofo mendocino emigrado en los virulentos setenta argentinos, naturalizado mexicano para fortuna de sus academias y primer miembro latinoamericano de la Academia Nacional de Ciencias y Artes de Estados Unidos, en la historia de una nación cuarenta o cincuenta años es muy poco.

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