En la Argentina, hace poco más de una década, se creó en la órbita de la Fuerza Aérea un organismo dedicado a investigar fenómenos aéreos anómalos, que hoy se llama Centro de Identificación Aeroespacial (CIAE). Sin embargo, el CIAE suele ser cuestionado porque solo toman aquellas denuncias que incluyen imágenes fotográficas o de video, y desestiman los documentos de relatos de pilotos.
Por presión de CEFORA, que está integrado por civiles, investigadores y aficionados de la ufología, en los últimos años se desclasificaron documentos que permanecían bajo estricta confidencialidad o que incluso habían sido destruidos. El suceso de mayor revuelo mediático fue el “Caso Bariloche”, que protagonizó Jorge Polanco, piloto retirado de Aerolíneas Argentinas, quien el 31 de julio de 1995 fue perseguido durante 17 minutos por un objeto no identificado que lo obligó a realizar una maniobra de escape de alto riesgo.
En este contexto, el medio Infobae publicó el testimonio de un caso resonante ocurrido en cielo comodorense el pasado 23 de noviembre de 2011. Se trata del relato del piloto Pablo Ducau.
«Hace más de 41 años que soy piloto, tanto en líneas aéreas, como en ejecutivas, en vuelos sanitarios. En total, tengo 16 mil horas de vuelo y en todo ese tiempo me han pasado cosas curiosas. La única que denuncié fue la que me ocurrió el 23 de noviembre de 2011. La Fuerza Aérea creó un expediente, pero nunca tuve una respuesta y con el tiempo me enteré que ese documento había sido destruido.
Por entonces yo volaba para una empresa un Learjet 35, que tiene la particularidad de que vuela rápido y alto. Eso significa que vuela a la misma velocidad que una línea aérea, pero más elevado, por arriba de los aviones comerciales. Este avión tiene un techo de 45 mil pies y lo óptimo es volarlo entre los 41 y 43 mil pies por una cuestión de combustible.
Esa noche del 23 de noviembre me llamaron para hacer un vuelo sanitario urgente. En menos de una hora tenía que estar en Aeroparque. Era para ir a buscar un paciente que estaba grave a Ushuaia.
En el tramo de ida éramos cuatro en el avión: yo como capitán, mi copiloto, un médico y un enfermero. Estaba programado que llegaríamos en poco más de tres horas porque este avión puede hacer el trayecto directo de Buenos Aires a Ushuaia.
Despegamos a las 20:30 y fuimos ascendiendo en step, que significa que vas aumentando paulatinamente la altura hasta quemar combustible. La meteorología era buena. El cielo estaba despejado, sin nubosidad. No había nada como para que se prestara a confusiones.
A las dos horas, antes de llegar al lateral de Comodoro Rivadavia, ya estábamos en los 43 mil pies. Justo me puse a observar del lado derecho, el del copiloto, y vi una luminosidad extraña, como si fuera una estrella de color rojo que me llamó la atención. Mi copiloto también vio esa luz y dijimos: “Qué raro”. En ese momento la luz roja empezó a aumentar de tamaño.
Nosotros traíamos un rumbo aproximado de 190 grados para ir a Ushuaia y este objeto venía directo hacia la aeronave, con un rumbo de 230 grados aproximadamente. Es decir, del sudoeste para el noreste. Vi que esa luz se iba agrandando y cambiando de color. De rojo pasó a rosa. Me sorprendió porque normalmente cuando uno está en un espacio aéreo controlado y hay una aeronave circulando escucha que se comunica con la torre de control.
Cuando empecé a ver que la luz esta se iba agrandando, cambiaba de color e iba a una velocidad mucho más rápida que un avión, me comuniqué con el control de Comodoro a ver si tenía una aeronave en el cielo.
El control me dijo que no, que no tenía nada. Entonces le informé: “Tengo un objeto que está 10 niveles más arriba”. Yo estaba con 43 mil pies y este objeto estaría a 53 mil. Es muy difícil que a la altura a la que íbamos nosotros tuviéramos a alguien más arriba.
En todo el ínterin, mientras informaba al control, el objeto cambió de color. Pasó del rosa a un blanco brillante que hacía imposible percibir su figura. La luz te encandilaba y no permitía ver la forma. Por entonces, esa zona no estaba radarizada, aunque no sé si los radares lo hubieran detectado.
Esta luz blanca que encandilaba se fue acercando y llegó a la vertical del avión, diez niveles más arriba. Quedó parado, acompañando la velocidad del avión, nuestra trayectoria, y haciendo una especie de zigzag.
No hay ninguna aeronave en el mundo capaz de hacer esas alturas y de poder disminuir una velocidad elevadísima y pasar casi a cero. Es imposible porque el factor de carga haría que matara a todos sus ocupantes y, a su vez, la aeronave o lo que sea se rompería en mil pedazos. Es como si frenaras un vehículo en la ruta a 200 km/h por chocar contra otro auto. Nada aguantaría esa reducción de velocidad.
Al estar más alto, no fue algo que revistiera peligro. El objeto nos acompañó más o menos unos 20 o 30 segundos y después siguió su trayectoria inicial de tal manera que yo desde el lado izquierdo del comandante, vi que aumentó su velocidad 50 o 100 veces y se alejó como si fuera un rayo de luz. Fue todo muy rápido, como un estallido de luz. Eso fue lo que sucedió.
A los pocos días fui al edificio Cóndor a hacer la denuncia, pero nunca tuve respuesta. Pasaron doce años de ese episodio y le di muchas vueltas al tema. Hubo gente que me dijo que había sido el planeta Venus, pero Venus no tiene cambios de velocidades, de color y diámetro
Si realmente me pongo a analizar, yo no puedo decir qué tipo de objeto era. Pudo haber sido cualquier cosa. Si ese objeto fuera terrestre, por lo menos estaría 100 años adelantado a nivel tecnológico. Hoy no hay ninguna aeronave que exista que pueda hacer ese tipo de maniobras. Y si no, realmente tenemos que pensar que no era un objeto terrestre.
Yo sigo trabajando como piloto, sigo volando constantemente. Mis psicofísicos siempre fueron normales. Lamentablemente es muy difícil para un piloto denunciar este tipo de hechos porque siempre está el descrédito de la gente que piensa que estás hablando estupideces o que estás loco. A muchos pilotos les ocurren episodios anormales, pero en general no los notifican por querer preservar sus trabajos. Los relatos quedan en la cabina e incluso ni los comentan entre colegas para no ser tildados de -bichos raros-«.

























