A pesar del calor, el frío de la crisis se cuela por las rendijas de la economía argentina, pero en los márgenes de la desesperanza, una estrategia inusual florece: la resistencia desde la ternura. No se trata de un eslogan vacío, sino de una filosofía de vida y lucha que, en tiempos de ajuste neoliberal, busca rescatar la conexión humana frente a la cultura de la crueldad.
En un comedor comunitario del Comodoro «profundo», el aroma a guiso casero es la primera línea de defensa. Aquí, la ternura se palpa en el plato de comida caliente, en la escucha atenta de una vecina que perdió el trabajo, en el abrazo a un niño que no entiende por qué ahora hay menos leche. «El sistema quiere que nos aislemos, que nos volvamos lobos», comenta Marta, cocinera y referente del espacio, mientras reparte raciones. «Nuestra respuesta es esta: el cuidado mutuo, el saber que no estamos solos. Eso es pura ternura, y es lo más subversivo que hay».
La idea, inspirada en teóricas como la afrofeminista bell hooks, que enseñó a «explorar la ternura y el amor como formas de lucha y resistencia», adquiere en Argentina matices propios. Es una trinchera afectiva contra la precarización de la vida, que no solo golpea el bolsillo, sino también el alma y los lazos comunitarios.
En las asambleas barriales, donde se discuten tarifas impagables y despidos masivos, la dinámica ha cambiado. Los gritos de indignación siguen ahí, pero ahora se intercalan con momentos de contención, con la aceptación de la vulnerabilidad como un punto de encuentro y no de debilidad. Se derriba la imagen del militante de «cara de piedra» para dar lugar a la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, lo que se ha postulado como una «reacción transgresora».
«Nos quieren individualistas, compitiendo por las migajas. Resistir desde la ternura es decirles que no», explica Juani, un militante social. «Es entender que mi dolor y el tuyo son el mismo, y que solo juntos, desde la empatía, podemos construir algo distinto. Es nuestra forma de construir futuro en un presente que nos lo niega».
Esta resistencia de piel y corazón se manifiesta en la creación de redes de apoyo que van desde huertas comunitarias y talleres de oficios hasta espacios de escucha y acompañamiento psicológico gratuito. Son oasis de humanidad en un desierto de políticas que, a menudo, parecen diseñadas para quebrar el espíritu.
La ternura, en este escenario, es la fuerza radical que desafía la lógica del mercado. Es la construcción de la esperanza en la praxis diaria, un acto de rebeldía que reivindica la vida digna frente a la «miseria planificada». En la Argentina neoliberal, donde la dignidad se vuelve resistencia, la ternura se erige como una bandera inclasificable, pero fundamental.























