La vida de los vecinos de Comodoro Rivadavia cambió desde aquel 29 de marzo de 2017, cuando a las 17 horas el cielo se vino abajo. Fueron días de angustia donde muchas personas sufrieron el ingreso del agua y el barro a sus viviendas, e incluso muchos de ellos debieron ser evacuados ante la gravedad de la situación.
La tormenta fue de carácter extraordinario e histórico para la zona, extendiéndose más allá de la localidad petrolera y registrándose la caída de 330 milímetros cúbicos de lluvia en el lapso de seis días.
Unas mil personas tuvieron que dejar sus hogares para ponerse al resguardo del aguacero.
Fueron días de incertidumbre y de estupor ante los procesos desencadenados a partir de la removilización de colosales cantidades de arenas barrosas junto
con el agua de lluvia. Calles que se convirtieron en ríos torrenciales o grandes zanjones y barrios inundados, aislados, sin energía ni agua corriente. Así como las escenas de desolación repetidas por los medios y redes sociales transmitían
una visión apocalíptica de la ciudad.
La inusitada magnitud e intensidad de las precipitaciones ocurridas entre el veintinueve de marzo y el ocho de abril, reconocida popularmente como “el temporal”, derivó en la mayor catástrofe socio-climática desde el emplazamiento de la ciudad en las costas del golfo San Jorge.