Opinión: «Lo Porvenir» por Jorge Sánchez
El peso real de la historia no está en lo sucedido antes sino en cómo aquello se manifiesta en cada presente, sentencian algunos de nuestros mejores pensadores. Hay quienes interpretan nuestro presente político como la conflictiva emergencia de un sistema de dos grandes coaliciones alternas destinadas a aglutinar electorados y ofrecer alguna estabilidad en lo porvenir. Hay razones para pensar que la polarización que atravesamos trata más bien de la vigencia de una contradicción nunca superada hasta ahora, presente siempre con expresiones renovadas y asociando las mismas consecuencias.
No hay posibilidad de alternancias sin acuerdos básicos sobre la orientación de las instituciones que es donde reside la estabilidad. Lo estable en la segunda mitad del siglo XX en Argentina ha sido un sistema político de representación cercenada. La noción aún vigente de que la política trata de criterios para distribuir recursos públicos. Una caja de herramientas de política pública diseñada para enfrentar la crisis de los años treinta, cristalizada desde 1946 y en cuyas variantes todavía insistimos. Una economía cerrada atendiendo a consideraciones geopolíticas poco realistas de la posguerra; que es uno de los orígenes de nuestro desarrollo capitalista prebendario antes que competitivo. Causa eficiente de una economía de baja productividad, salarios reales decrecientes y determinantes impactos fiscales.
Hemos pivoteado hasta 1983 entre experimentos de democracias limitadas en su representación, plebiscitarias y regímenes autoritarios generalmente débiles en su legitimidad de origen. Imprimen una dinámica particular en todos los mercados de bienes y servicios y el de trabajo, con importantes consecuencias económicas que hicieron el caso particular. Contrapusieron el sentido de las políticas públicas ensayadas durante décadas impidiendo horizontes de largo plazo en cualquier actividad o iniciativa. Acuñaron finalmente instituciones que promueven la generación de riqueza por la captura de rentas del estado antes que por la participación en mercados competitivos.
Resuelta la legitimidad de origen de los gobiernos luego de esa fecha, estas singularidades combinaron con un nuevo problema. Nos enfrentamos a la precariedad en la legitimidad de desempeño de los elencos gobernantes. Conforme la participación ciudadana se retrajo, los partidos políticos perdieron de manera paulatina su función articuladora de intereses y expectativas sociales y se redujeron a canalizar aspiraciones de políticos profesionales y aspirantes a serlo. El resultado ha sido una dirigencia que exhibe un claro comportamiento corporativo, guarda distancia de las necesidades y expectativas sociales y forma decisiones públicas caracterizadas por la improvisación y la especulación por su sobrevivencia. Cualquier indicador de desempeño colectivo atestigua sus efectos en el largo plazo.
La crisis sanitaria solo descubrió con toda crudeza nuestra contradicción permanente y la confrontó con la retórica habitual. No se trata de la propia de alguna parcialidad, de oficialismos u oposiciones, sino de su generalidad basada en gestos antes que acción, en suposiciones antes que evidencias y las licencias que la falta de controles constitucionales invitan. El resultado necesario en general y al que la región no escapa, es el endeudamiento público hasta el colapso y a la recíproca el gasto sin más criterio que la inmediatez o peor, la publicidad. Propuestas de explotación de recursos naturales sin más criterio que las urgencias y siguiendo modelos anteriores escasamente participativos. Lo porvenir exige concebir alternativas novedosas.
